Las siguientes palabras de Kamra son muy, pero que muy importantes:
...me he dado cuenta también de que nunca se sabe demasiado con lo que siempre hay que estar aprendiendo.
Ah! dices algo con respecto a EDAD. La edad nos da sabiduría, templanza y conocimiento y para bailar también hay que tener esto.
Sobre la necesidad de seguir aprendiendo y sobre la edad es mi siguiente reflexión.
Durante los casi ya cinco años que llevo practicando y aprendiendo danza oriental me he encontrado con mujeres cuya edad abarca desde la adolescencia hasta la tercera edad, tanto en el lado de las alumnas como en el de las profesoras.
Una constante viene siendo que estas mujeres menos jóvenes son mayoría en las clases continuadas o semanales, mientras que las más jóvenes las he encontrado sobre todo en talleres e intensivos. Por lo tanto, una de las consecuencias más positivas de la expansión de la Danza Oriental ha sido permitir a las mujeres menos jóvenes iniciarse en la práctica de un ejercicio físico continuado, con las ventajas que ello supone para este colectivo.
Todas ellas han mostrado en el aula y en el vestuario su aspecto, el de la vida cotidiana. Sus cuerpos moldeados por la vida, los hijos, el trabajo, la danza y en algunos casos también, por el arte de la cirugía.
Y, claro, no puedes evitar mirar y comparar.
Con tus ojos de mujer occidental, con un ideal de belleza bastante humillante para nosotras por cierto, ves los efectos que el paso del tiempo ejerce sobre tu físico, te das cuenta que la manera en que se te mueve el ombligo cuando haces vibración no es exactamente la misma que la de la chavala de un poco más delante... Demoledor, sí, mecagoentoloquesemenea con la danza ésta, quién me mandaba a mí meterme en este rollo, lo que me faltaba ya este invierno, una talla más y ...
¡Ah! Pero en ese momento te emerge la sabiduría oriental que estás adquiriendo y te das cuenta de que la chavala, sí, tiene todos los músculos en su sitio, pero... ¡qué sosa es bailando, nena!
(a ver, que no personalizo en nadie, ¿eh?)
Es justo cuando te vienen a la mente conocidas bailarinas cuya edad sobrepasa la tuya (incluso en lustros) y cuyos cuerpos están bastante más perjudicados que el tuyo. Pero ¡vaya cómo se mueven! (no pongo ejemplos, porque seguro que cada una tenemos los nuestros). Incluso recuerdas en tal o cual intensivo en el que las has visto bailar de cerca, a tu lado y en lo que menos te has fijado es precisamente en lo que te está amargando a tí misma: sus cuerpos. Es que ni habías reparado en eso. O bailarines, que ver moverse a Zaza Hassan, por ejemplo, es toda una lección también.
Resulta que ellas te han fascinado y has querido bailar como ellas lo hacen por su gracia, duende, elegancia y por lo que transmiten con su danza. Y que precisamente eso impide que te fijes en su edad y en cómo están, sino que sólo tienes atención para su arte, nada más y nada menos.
Es entonces cuando te das cuenta de que bailar danza oriental es justo eso y que lo que menos importa es la perfección anatómica de la bailarina. Que ahí tienes otro motor para seguir aprendiendo, tanto sobre la técnica como la manera de expresarte mediante la danza. Entonces te remangas la camiseta, sacas a relucir la tripa y te concentras en conseguir el maldito camello al revés, mecagoentoloquesemenea que esto lo saco yo por mis niñas, ya lo creo que sí...
...me he dado cuenta también de que nunca se sabe demasiado con lo que siempre hay que estar aprendiendo.
Ah! dices algo con respecto a EDAD. La edad nos da sabiduría, templanza y conocimiento y para bailar también hay que tener esto.
Sobre la necesidad de seguir aprendiendo y sobre la edad es mi siguiente reflexión.
Durante los casi ya cinco años que llevo practicando y aprendiendo danza oriental me he encontrado con mujeres cuya edad abarca desde la adolescencia hasta la tercera edad, tanto en el lado de las alumnas como en el de las profesoras.
Una constante viene siendo que estas mujeres menos jóvenes son mayoría en las clases continuadas o semanales, mientras que las más jóvenes las he encontrado sobre todo en talleres e intensivos. Por lo tanto, una de las consecuencias más positivas de la expansión de la Danza Oriental ha sido permitir a las mujeres menos jóvenes iniciarse en la práctica de un ejercicio físico continuado, con las ventajas que ello supone para este colectivo.
Todas ellas han mostrado en el aula y en el vestuario su aspecto, el de la vida cotidiana. Sus cuerpos moldeados por la vida, los hijos, el trabajo, la danza y en algunos casos también, por el arte de la cirugía.
Y, claro, no puedes evitar mirar y comparar.
Con tus ojos de mujer occidental, con un ideal de belleza bastante humillante para nosotras por cierto, ves los efectos que el paso del tiempo ejerce sobre tu físico, te das cuenta que la manera en que se te mueve el ombligo cuando haces vibración no es exactamente la misma que la de la chavala de un poco más delante... Demoledor, sí, mecagoentoloquesemenea con la danza ésta, quién me mandaba a mí meterme en este rollo, lo que me faltaba ya este invierno, una talla más y ...
¡Ah! Pero en ese momento te emerge la sabiduría oriental que estás adquiriendo y te das cuenta de que la chavala, sí, tiene todos los músculos en su sitio, pero... ¡qué sosa es bailando, nena!
(a ver, que no personalizo en nadie, ¿eh?)
Es justo cuando te vienen a la mente conocidas bailarinas cuya edad sobrepasa la tuya (incluso en lustros) y cuyos cuerpos están bastante más perjudicados que el tuyo. Pero ¡vaya cómo se mueven! (no pongo ejemplos, porque seguro que cada una tenemos los nuestros). Incluso recuerdas en tal o cual intensivo en el que las has visto bailar de cerca, a tu lado y en lo que menos te has fijado es precisamente en lo que te está amargando a tí misma: sus cuerpos. Es que ni habías reparado en eso. O bailarines, que ver moverse a Zaza Hassan, por ejemplo, es toda una lección también.
Resulta que ellas te han fascinado y has querido bailar como ellas lo hacen por su gracia, duende, elegancia y por lo que transmiten con su danza. Y que precisamente eso impide que te fijes en su edad y en cómo están, sino que sólo tienes atención para su arte, nada más y nada menos.
Es entonces cuando te das cuenta de que bailar danza oriental es justo eso y que lo que menos importa es la perfección anatómica de la bailarina. Que ahí tienes otro motor para seguir aprendiendo, tanto sobre la técnica como la manera de expresarte mediante la danza. Entonces te remangas la camiseta, sacas a relucir la tripa y te concentras en conseguir el maldito camello al revés, mecagoentoloquesemenea que esto lo saco yo por mis niñas, ya lo creo que sí...
PS: quiero agradecer a Carmen, Elena y Mariyan la discusión sobre mujeres, edad y danza que tuvimos en una ocasión.
EDITO: para corroborar mis palabras esperad a ver a la chavala que baila a partir del minuto 4 más o menos de este vídeo:
Un beso
ResponderEliminarBufff, empezaba a pensar que os habíais quedado sin palabras...
ResponderEliminarOtro para tí.
Gracias por esta reflexión, me ha hecho mucho bien, no he podido disfrutar esta danza, en su totalidad, por "la tripa floja" en comparación a mis compañeras, pero tienes razón, esta danza es para aceptarse y amarse, y para sacar todo ese duende y pasión que te otorga la vida con los años. Saludos, hermoso blog
ResponderEliminarMuchas gracias, por tu sinceridad y por los piropos al blog, que me hacen mucha ilusión, la verdad.
ResponderEliminarUn abrazo enorme y sigue bailando.
Me encanta!!! porque has puesto en letras, lo que yo intento transmitir a mis alumnas en las clases. Con tu permiso me gustaría enlazar este post para que mis alumnas más maduritas lo lean y sonrian.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola guapa, ¿qué tal por las Asturias? Enlaza todo lo que quieras, faltaría más.
ResponderEliminarUn besito.