





Al norte de la provincia de Córdoba, en un lugar que tiene como topónimo Castillo y después de un chaparrón que limpió bien el terreno, hallamos superficialmente estos fragmentos cerámicos, muy pequeños (no superan los cinco centímetros de dimensión máxima). Se caracterizan en el exterior por un vidriado melado clarito y en el interior por una engalba blanca decorada con verde de cobre y morado oscuro de manganeso, conocida como decoración con verde y manganeso; el interior no está siempre vidriado. Son muy característicos de Medina Azahara, pero también se localizan en otros lugares, como este caso. La engalba es una técnica decorativa usada desde la Antigüedad que consiste en aplicar a la pieza un engobe blanco muy diluído, sobre el cual se esgrafían los motivos. Una vez realizado se baña con un vidriado plúmbico transparente. En Al Andalus se utiliza sobre grandes platos o ataifores y los colores para decorar son el verde y negro manganeso principalmente.
Lo mejor, además de ser tan reconocibles, es su capacidad de datación por su peculiar encuadre cronológico, ya que comienzan con el califato andalusí, perviven con los primeros taifas, decaen con los almorávides y desaparecen prácticamente con los almohades, por simbolizar el lujo y la riqueza contra el que ellos lucharon significativamente. Como puede verse, no son piezas relevantes por su forma, ya que están tan fragmentados que dificilmente puede llegar a establecerse su tipología, aunque muy probablemente se trate de platillos o ataifores. Lo que importa de ellos es que indican la presencia de personas con la suficiente capacidad económica como para incluirlos en su ajuar doméstico y que vivieron durante la etapa citada.
Es decir, que en contra de lo que mucha gente piensa aún, el estudio de la Historia a través de los restos materiales no consiste en localizar piezas espectaculares, sino en dar un sentido a los hallazgos en su contexto, aunque sean unos humildes cachitos, como estos de aquí.