viernes, 12 de marzo de 2010

Miguel Delibes

Aunque nunca tuve la fortuna de conocerle, Miguel Delibes siempre ha sido un referente muy cercano, tanto por sus libros como por mis compañeros de la Universidad de Valladolid, quienes sí tuvieron la fortuna de compartir con él el entorno de su casa de Sedano durante diversas campañas de excavación, alla por los años 80.

El primer libro que leí de él y comprendí bien fue El disputado voto del Sr. Cayo, porque la lectura de las Cinco horas con Mario, allá cuando hice C.O.U. no vale (el objetivo era aprobar). Luego El Príncipe destronado; Castilla, lo castellano y los castellanos, Los santos inocentes, El hereje y puede que alguna más.

Pero casi nadie habla de un librito suyo, El Tesoro (1985), tal vez porque, como escuché decir a un sapientísimo crítico literario, no es significativo literariamente hablando. O sea, que le parecía malo, en otras palabras.

Desde luego no seré yo quien se atreva a decir nada sobre su manera de escribir, pero lo que sí quiero decir es que en ese libro aparecían muy bien reflejadas las vicisitudes del oficio de la arqueología de urgencia, terribles en la mayor parte de las ocasiones: las presiones por parte de la administración, las presiones por parte de los propietarios de los terrenos dónde se desarrolla la excavación, los problemas de supervivencia de los participantes en las citadas excavaciones y finalmente, la patética reflexión final sobre el valor de la cultura en sociedades en las que las necesidades básicas no tienen total cobertura. Es magistral la descripción del gordo culo -real- del personaje del Director General de Cultura y de tantas otras cuestiones que se tratan en el libro, incluida la ambición de los recién licenciados en la materia que normalmente les lleva a comportarse de manera poco solidaria con el mundo y consigo mismos, yo incluida, cuidado.

¡Miguel Delibes, que la tierra le sea leve, Ambdullilah!

lunes, 1 de marzo de 2010

Tres cosas

Tres cosas me tienen preso de amores el corazón, la bella Inés, el jamón y berenjenas con queso.
Esta Inés, amantes, es quien tuvo en mí tal poder, que me hizo aborrecer todo lo que no era Inés.
Trájome un año sin seso, hasta que en una ocasión me dio a merendar jamón y berenjenas con queso.
Fue de Inés la primer palma, pero ya júzgase mal entre todos ellos cuál tiene más parte en mi alma.
En gusto, medida y peso no le hallo distinción, ya quiero Inés, ya jamón, ya berenjenas con queso.
Alega Inés su beldad, el jamón que es de Aracena, el queso y berenjena la española antigüedad.
Y está tan en fil el peso que juzgado sin pasión todo es uno, Inés, jamón, y berenjenas con queso.
A lo menos este trato de estos mis nuevos amores, hará que Inés sus favores, me los venda más barato.
Pues tendrá por contrapeso si no hiciere razón, una lonja de jamón y berenjenas con queso.

Baltasar del Alcázar (1530-1606)