martes, 13 de diciembre de 2016

Un campamento de refugiados cualquiera

Desolación, angustia, desamparo, tristeza, intemperie, barro, frío, enfermedad, destrucción, devastación.

Muerte en vida.


Hoy he estado en un campamento de refugiados sirios en un paraje, Ain Dallabass, del municipio de Zahle Maallaqa Aradi, en el valle de la Beqaa, en el Este del Líbano, entre las dos cordilleras (las del Líbano y del Antilíbano) que dan a este territorio su mayor riqueza: el agua. Es un campamento del tipo que el ACNUR considera asentamiento informal y alberga a 20 familias con un total de 90 personas, que viven ahí desde 2013.

La mayor parte de esas familias proceden de la ciudad de Homs, que en circunstancias normales quedaría a unas dos horas en coche:



Este campamento está situado en una tierra muy rica para la agricultura, famosa por los viñedos y bodegas que exportan vino a todo el mundo. De hecho, para llegar desde las oficinas del ACNUR hasta el asentamiento se pasa por delante de una de las más renombradas, que hasta ha ganado concursos enológicos en España con sus productos.

Precisamente estas tierras tan ricas permiten que un 35% de los residentes en el campamento encuentren trabajo como jornaleros, con los siguientes salarios medios: hombres, unos 17$ diarios; mujeres y criaturas de más de 10 años, 6$ diarios.

Las parcelas donde se montan las tiendas de campaña se alquilan a las familias por unos 330$ al año /tienda. Si además quieren luz, tienen que pagar 47$ mensuales más por tienda, que dados los ingresos citados anteriormente, pues resulta que carecen de suministro. Al respecto me gustaría indicar que no son tiendas de campaña tipo estupendo, de esas que pueden cerrarse y quedar aisladas de la intemperie, con suelos estancos y demás... No, nada de eso. Se trata de grandes sábanas de plástico grueso montadas sobre estructuras de madera que ya está medio podrida, que dejan pasar el aire, no son estancas, con el paso del tiempo se agujerean y tampoco quedan aisladas del suelo.


La palabra parcela también es engañosa. El campamento se asienta sobre un barrizal pegajoso, en medio de la nada, a varios kilómetros del pueblo, sin alumbrado ni canalización de las aguas que inundan el interior de las tiendas y empapan los pies de los residentes.

El ACNUR les proporciona ayuda económica para alimentación y asistencia básica, unos 200$ mensuales divididos en varios conceptos, además de materiales como mantas y estufas de leña, de esas tipo salamandras, que alimentan con los trozos de madera que pueden recoger por ahí. Algunas familias pueden comprar gasoil. Además se proporciona a las familias asistencia legal, prevención de riesgos psicosociales, ayudas a medida para personas con necesidades especiales y acceso a algunos centros sanitarios y educativos.

Hasta aquí lo que ponen los papeles. Ahora contaré lo que pasa.

La vida de esta gente es una inmensa mierda.

Huyen de un país en el que ya no tienen nada porque la guerra les ha destruido las viviendas, sus puestos de trabajo, su estructura social y todo lo que entendemos por vida normal. Tampoco pueden moverse mucho por aquí, ya que no están reconocidos como seres humanos sujetos a derechos. Sus vidas transcurren en la clandestinidad y son objeto de explotación de todas las maneras imaginables y seguramente varias más. Como vienen de un lugar en el que cualquier activismo social está perseguido, hasta las asociaciones de vecinos, no están capacitados para organizarse como grupo y son presa fácil de todo tipo de abusadores, incluidos compatriotas espabilaos que se aprovechan de su miseria. Además, para recibir la carta de refugiado el gobierno obliga a firmar un compromiso de no trabajar, así que puede imaginarse fácilmente la clase de explotación a la que está sometida esta gente.


Hoy llovía mucho y hacía un frío pelón, andábamos a unos 6ºC a las 12'00 de la mañana (la zona se encuentra a unos 900 m. de altitud sobre el nivel del mar) y se esperan ya para este fin de semana las nevadas que cubren con unos 15 cm. de nieve este valle hasta la primavera que viene.

Aún así, había multitud de gente menuda correteando por allí porque no tienen medios para llegar a las escuelas y además, si trabajan, pueden llevar unos dólares a las familias. Parte de esa gente menuda iba vestida con camisetas de manga corta y las sandalias de plástico de esas que usamos en verano para las piscinas.

Manos heladitas, mocos verdes taponando las naricillas, toses, asma y malos pelos embarrados. Montones de basura por todas partes y miradas entre asombradas, curiosas y sorprendidas de ver allí a gente que no es la habitual. Hombres deprimidos y malhumorados hasta la violencia porque no son capaces de proveer para sus familias, que es lo que han venido haciendo durante toda su vida y ha sido su razón de vivir. Mujeres que son el eslabón más débil y que a veces, sorprendentemente consiguen empoderarse porque se cuelan por los resquicios del sistema y consiguen subempleos para también ayudar a sacar adelante a sus familias.


En la tienda de una de las familias, cuatro niños, de los que uno es un bebé recién operado de un absceso al que no le pueden pagar todas las medicinas que necesita, otro un crío asmático, una niña encantada con sus gafas recién conseguidas y otro crío más que van a la escuela a veces y ya saben decir My name is ... Una estufa salamandra con maderucas quemándose atufando al crío asmático. El sonido de la lluvia sobre el plástico.


Las risas cuando nos hemos hecho cosquillas, la mirada de los padres al pedir ayuda económica para los peques enfermos. La comitiva de hombres encabezada por el mediador del campo, que suele ser el compatriota espabilao o algún prócer de la localidad de origen que mantiene el liderazgo en el campo. Las sonrisas a la despedida. El barro pegajoso y la lluvia fría. Las cabezas asomando de otras tiendas y las mismas miradas, respondiendo muy educadamente a los saludos. La niña que llega andando de la escuela cargada con una mochila de la UNICEF. Menos mal, ésta tiene puesto un jersey sobre la camiseta.


El silencio durante las dos horas de viaje hasta volver a casa.

El dolor infinito de saberse responsable de la situación de esta gente.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Peques en el Líbano

Por esas cosas que pasan, me encuentro ahora mismo relacionada con dos ámbitos educativos muy distintos.

Uno es de los considerados estupendos en este territorio: privado, internacional, carísimo y de rancia tradición. En un paraje excelso. Con ilustre ex-alumnado y estudiantes que acuden de distintas partes del mundo. En este centro educativo pasan cosas chocantes, como la diferente percepción que tienen los citados estudiantes y el resto de la comunidad educativa y sociedad local (con algunas excepciones) del centro en cuestión: los primeros no andan muy contentos en general... En ese cole intento enseñar Lengua y Cultura Ejjpañolas. Sus estudiantes al principio inician una batalla para ver hasta dónde pueden llegar contra ti, como docente novata y responden de manera inesperada cuando ven que no actúas como la mayoría de los otros profes, es decir, con la cara avinagrada y a gritos ante sus provocaciones. 


Podría decir que está resultando casi mágico ver cómo poco a poco van abriendo sus cabezas y sus bocas para contar cosas sobre su vida escolar que no hubiera imaginado nunca que iban a decir. Hoy, por ejemplo, he podido escuchar las siguientes frases:
  • Aquí, si sufres acoso escolar, es mejor callarse. Todo el mundo dice que es algo malo, pero si les cuentas que te está sucediendo, no hacen nada y encima te cae una bronca por hablar.
  • Pues a mi me gusta acosar porque me siento poderoso (literal)
  • El acoso escolar es una manera de prepararte para la vida real.
Hay estudiantes que, por sus trayectorias vitales, han vivido en mil y un lugares, en internados, hablan varios idiomas con mucha fluidez e incluso tienen dos nacionalidades, a veces ninguna libanesa. A pesar de las pocas ganas de estudiar que suelen demostrar, es posible percibir en ellos el entrenamiento académico que han tenido desde pequeños, cómo demandan conocimientos de manera exhaustiva y los absorben sin demasiadas dificultades. Su principal problema es la vaguería infinita que les provoca el uso de los distintos aparatos electrónicos que poseen y da mucho coraje ver tanto talento desperdiciado por el exceso de comodidades que les rodea.

El otro centro educativo con el que tengo relación es el de refugiados al que acudo como voluntaria, en uno de los barrios más deprimidos de Beirut y a cuyo patio los cristianos vecinos tiran basuras porque les molesta el ruido de los niños y porque, además, no les gusta que haya colegios para este tipo de gente. También es muy sorprendente tratar con estos peques. 

Hay estudiantes que por sus trayectorias vitales no saben qué es ir al colegio, porque la mayoría ha nacido con la guerra empezada y nunca han pisado ni guarderías ni escuelas ni nada parecido. Por lo tanto, hay cosas básicas que no saben, como hacer filas para esperar turno, enfrentarse a una hoja de papel en blanco o simplemente saber que van a estar ahí un rato y luego van a regresar con sus familias. Lloran mucho y hasta que no vuelven a ver a sus madres no se tranquilizan.

Es casi mágico ver cómo asoman sus caracteres y su naturaleza: gente menuda solidaria que comparte la meriendita con otros peques y cuidan de sus hermanxs más pequeñxs. También están los cabrones que aprovechan cualquier oportunidad para quitar la comida al prójimo o sacudir a gusto a quien mejor les parece. Incluso hay quien aprovecha cualquier debilidad del otro para hacer maldades, como a un peque de cuatro años que no habla y camina malamente (lleva unas botitas especiales que le ayudan a sostenerse, parece tener parálisis cerebral o algo similar) al que tenemos que vigilar especialmente porque le suelen empujar para ver cómo se cae, por diversión.


Están aprendiendo a leer y escribir, también inglés, francés y todas las asignaturas que se dan en la enseñanza primaria/secundaria, para que puedan estar al mismo nivel que los estudiantes libaneses cuando accedan a ella.

A pesar de las vidas tan perras que llevan, es posible percibir en ellos el ansia de saber que se les desarrolla cuando se dan cuenta de sus capacidades, demandan conocimientos de manera exhaustiva y los absorben como esponjas, sin muchas dificultades. Su principal problema es la frustración que les provoca la falta de medios (no es raro verles hacer deberes en el mismo colegio, porque en sus casas no hay luz o materiales para estudiar, incluso he llegado a verles sentaditos en la calle con sus cuadernos) y da mucho coraje ver tanto talento desperdiciado por la indecente penuria socioeconómica que les rodea.

martes, 6 de diciembre de 2016

Eid al Barbara

Pues ayer hemos celebrado Eid al Barbara, o lo que es lo mismo, Santa Bárbara, que se celebra mucho en esta parte del mundo conocida como Próximo Oriente (próximo según para quién claro...) durante la tarde-noche del día cuatro de diciembre. Es una fiesta especialmente famosa aquí en el Líbano, pero también se celebra en Turquía, Siria, Palestina, Jordania y Egipto.

La celebración del Eid al Barbara es una tradición muy antigua entre los cristianos de esta zona y se supone que recuerda las persecuciones que sufrieron los seguidores de esta fe en los primeros momentos de su expansión. Pero la verdad es que no está muy claro el origen, porque también es una festividad que ha absorbido elementos muy tardíos, propios de otras culturas, como el Jalogüín, haciendo de ella una celebración parecida a la propia sociedad libanesa, o sea, tipo amalgama.

La leyenda de Santa Bárbara más difundida en el Líbano es algo diferente a la versión europea. Además, esta libanesa toma prestadas también algunas características de la historia de otra santa, en este caso siria, Mar Takla de Maaloula, o sea, Santa Tecla: ambas huyeron y la naturaleza les ayudó en su escapada, aunque siempre terminan por ser capturadas y asesinadas de manera espeluznante...

La verdad es que Santa Bárbara carece de referencias escritas en los primeros textos cristianos y debido a las dudas que planteaba su leyenda, fue retirada del calendario litúrgico del rito romano en el año 1969. Se dice que vivió alrededor del año 300 d.C. Pero los inventarios de los mártires no la mencionan hasta el siglo VII, dándole gran repercusión en la Edad Media. Se dice que sus reliquias se conservan en una iglesia edificada en torno al año 684 d.C. en El Cairo. Bárbara vivió en la ciudad de Heliópolis (Izmet, Turquía según otras fuentes) a principios del siglo III y su martirio tiene que ver con su conversión a una religión distinta a la familiar o con la huida ante un matrimonio concertado. 

La práctica más corriente en Eid el Burbara se inspira en esta leyenda: mientras que huía de la persecución a la que estaba siendo sometida, Barbara se disfrazó en varias ocasiones para despistar a los perseguidores y corrió a través de un campo de trigo recién plantado, que creció instantáneamente para ocultarles su paso. Por eso se llevan máscaras (como si fuera Carnaval) y se come un guiso dulce de granos de trigo aromatizados con azahar y azúcar, el amah. También se ponen a germinar algunos granos de trigo (o garbanzos, cebada, alubias, lentejas, etc.) entre algodón húmedo el mismo día de la fiesta, de modo que los brotes pueden utilizarse más tarde para decorar los belenes que se ponen en las casas.




La canción هاشلى بربارة hashli barbara (Escápate Bárbara) por la cantante libanesa Sabah, fallecida no hace mucho, con mawal incluido. La canción va narrando la huída de Bárbara y como al final es reconocida por sus ojos y por las pulseras que llevaba.


Algunos de los peques del cole, con sus máscaras para la celebración.