sábado, 28 de octubre de 2017

Ahmad y Mohammed

Ahmad y Mohammed son dos niños de seis y siete años. Llevan unos cortes de pelo muy divertidos, que les hacen sus propias madres y hermanas que están estudiando peluquería. Acaban de empezar el Grado 1 en una escuela del barrio de Bourj Hammud, cercana a su casa, y están más felices que perdices por este motivo, ellos y sus familias también, claro.

Fueron de los primeros peques refugiados que conocí y acudían a la guardería que ayudo a cuidar mientras sus madres están en clase de inglés y de ofimática. Entonces no tenían aún los 5 años, pero venían como clavos, todos los días, a aprender lo que fuese. Sus caritas se iluminban al entrar en la clase y casi entraban en éxtasis cuando repartíamos los cuadernos y lápices para pintar.

Cuando a la otra persona que estaba conmigo se le ocurrió que podíamos enseñarles el abecedario inglés con un juego de letras (pintadas grandes y recortadas) sobre el suelo, que consistía en ponerlas en fila e ir saltando de una en una, como en el juego de la rayuela mientras se cantaba la conocidísima cancioncilla:

A - B - C - D - E - F - G -H - I - J - K - L - M - N - O - P - Q - R - S - T - U- V - W - X - Y and Z
Now I know my ABC's
Next time won't you sing with me.

ambos se sumaron con mucha vehemencia y entrega, a pesar de que en la clase teníamos otros elementos más interesados en chincharse mutuamente que en aprender ningún abecedario. Tanta voluntad y entusiasmo tenían que fueron los únicos que lo consiguieron. Eso les llenaba de orgullo y cada dos por tres les teníamos coreando a grito pelao el abecedario, Ahmed de carrerilla; Mohammed necesitaba saltar para poder acordarse bien.

Otros rasgos de su personalidad y de su comportamiento nos hablaban de una educación muy cuidada: nunca peleaban por la comida (a pesar de tener la misma hambre que los demás) sino que esperaban su turno haciendo fila sin rechistar. Si faltaba para alguno, no tenían reparos en compartir su ración, de hecho, eran los primeros en ofrecer una parte en cuando se daban cuenta de que alguien del grupo estaba con las manos vacías. A veces el reparto de la merienda se convierte en un gran follón, con todos arremolinados alrededor de la cesta de los manushis, manzanas o lo que toque y meten la mano varias veces, sin pizca de vergüenza; pero como la comida suele estar racionada, a veces nos encontramos que hay quienes se han quedado a dos velas, normalmente los que hacen la cola correctamente. Entonces toca revisar y hacer devolver a quienes se han guardado la comida en los bolsillos (de esto tengo que escribir otro día...) las piezas indebidas.

Tampoco se metían en las peleas habítuales ni nunca las iniciaban.

El primer día que la madre de Ahmed me invitó a su casa me sentí muy honrada. Ahí fue donde compartimos una manzana y un vaso de té para merendar y estuvo también la madre de Mohammed, casi una cría (no debe tener más de 25 años y ya tiene tres churumbeles). Después he ido muchas otras veces. En la última he conocido a un familiar que vive con ellos. Es un hombre de unos 30 años, que habla inglés bastante bien porque lo ha aprendido de manera autodidacta por internet y oyendo la radio. Me dijo que era pintor en Damasco, pero que su barrio está destruido y que ya no recibía encargos.

Tonta de mí, supuse que era un pintor de brocha gorda, pero no. Es un pintor que hace trampantojos en las casas: me enseñó algunas fotos de sus obras en impresionantes pisos damascenos. Cuando cerró la carpeta, nos preguntó si queríamos escuchar música. Yo imaginé que iba a poner la radio, pero no.

Sacó cuidadosamente de su bolsa un laud (ud) de factura preciosa, de taracea de nácar y distintos tipos de madera, una maravilla, vamos. Y empezó a tocar y cantar. Se sumó toda la familia: Ahmed y sus hermanos, su madre, Mohammed y los suyos, su madre y otra vecina que se acercó en cuanto el ud empezó a sonar. Se me puso la piel de gallina, porque todo el mundo cantaba muy bien, con el estilo de quien lo hace a menudo. Educación, arte, modales elegantes en una dignidad que las terribles condiciones de vida que sufren no ha logrado borrar ni una pizca.

Durante un rato me quedé, pero tuve que marcharme, porque vivimos lejos y las carreteras no tienen luz. De noche me es muy incómodo conducir por mi fotofobia y prefiero evitarlo: todo el mundo lleva las luces largas encendidas y voy constantemente deslumbrada.

Así que ahí les dejé, en su cuartito con colchones que extienden para dormir por todo mobiliario. De verdad que me siento muy agradecida cuando pasan estas cosas.


Contrastes de Beirut



lunes, 23 de octubre de 2017

Tráfico libanés, 02

Conducir es la aventura, por antonomasia, que se vive en el Líbano.

La mayoría de los conductores no sólo no respetan las normas básicas, como parar en un stop, señalizar una maniobra o llevar el vehículo por los carriles marcados sino que son la mar de creativos a la hora de perpetrar infracciones insospechadas, como circular en sentido contrario en una autopista (muy frecuente) o hacer la rotonda para cambiar de sentido sin entrar a la misma, según el esquema siguiente (en azul, el sistema tradicional; en rojo, el sistema libanés):


Lo peor no son las motos cargadas de gente (tres adultos o dos adultos más tres niños y un bebé) que te adelantan por la derecha y zizaguean entre los coches o directamente vienen en sentido contrario. Tampoco lo son los coches cuyos conductores hablán por el movil, ponen mensajes o se paran en medio de la calle para hablar con uno que pasa... 


No, lo peor son los grandes camiones que hacen exactamente lo mismo que los vehículos anteriormente citados. Todo el transporte se realiza mediante tráfico rodado, al no haber ferrocarriles y se lleva en camiones desde los grandes cargamentos que llegan en barcos, hasta el agua a cada edificio o las vacas vivas que llegan de Brasil. 

Esos camiones circulan por carreteras y por las ciudades, da lo mismo la pendiente que tenga la carretera y muchas veces se quedan parados en curvas imposibles o en tramos muy estrechos.

No es raro verlos por la autopista a Damasco subiendo por el carril izquierdo, para evitar las miles de furgonetas que recogen gente y que paran exactamente donde les da la gana, sin avisar y normalmente sin retirarse al arcén (porque no lo hay). Obligan a pegar frenazos para no empotrarte contra ellas y si se lleva un vehículo de gran tonelaje, a veces las laminan sin dificultad.

Para probar que no me invento nada, aquí un video tomado en la localidad de Hazmieh hace unos meses:


viernes, 20 de octubre de 2017

Beqaa norte

El valle de la Beqaa (léase bicáa), con una longitud de norte a sur de unos 120 km y una anchura de este a oeste de unos 16 km, supone el 42% de la superficie del Líbano. Se divide en tres áreas principales, que son la Beqaa del norte, compuesta por las regiones de Baalbek y Hermel; la Beqaa Central (cuya capital es la ciudad de Zahle) se considera el centro económico del valle. También alberga el paso fronterizo oficial con Siria más importante, Masnaa, en la autopista que une Beirut y Damasco. Finalmente la Beqaa del oeste y la región Rachaya se encuentran en el extremo sur del valle, limitando ya con Palestina.

La Beqaa tiene una población de 540.000 habitantes, aproximadamente. La Beqaa del norte está poblada por una gran cantidad de clanes familiares, principalmente shía, aunque también es el hogar de algunas bolsas de creyentes sunni. La población de la Beqaa Central está compuesta por una mayoría de sunni y cristiana, mientras que la Beqaa del oeste y Rachaya tienen una población creyente más mezclada que la resto.

Hay un campamento palestino a las afueras de Baalbek. Sin embargo, la mayoría de los 8.500 palestinos refugiados de Siria viven fuera de él. La Beqaa también ha recibido a más de 10.000 retornados libaneses, que consideran que la alimentación y los servicios de salud son sus necesidades prioritarias.

La Beqaa tiene registrados a casi 400.000 refugiados sirios, muchos de los cuales viven en más de 730 asentamientos informales esparcidos por el valle. Sin embargo, hay tres puntos principales de concentración, que son las ciudades de Aarsal y Baalbek, más la Beqaa central. La interrupción del comercio con y a través de Siria ha golpeado especialmente a este valle, dejando muchas rutas comerciales muy afectadas o directamente cerradas. Hay indicios de que las relaciones, en su momento buenas, entre las comunidades de acogida y los refugiados (basadas sobre todo en lazos de parentesco) han comenzado a deteriorarse, especialmente después de los combates en torno a Aarsal, en agosto de 2014. Esta circunstancia se ha visto exacerbada por la sustitución de trabajadores libaneses por trabajadores refugiados sirios, más baratos porque les pagan un salario miserable, así como por la demanda sobre los servicios sociales básicos, ya de por si casi inexistentes.

En esta zona, la presencia estatal libanesa es nula: no hay escuelas, ni hospitales ni siquiera policia, vaya. Sólo está el ejército para contener al DAESH, que intenta colarse por la región de Arsal, ya que la Beqaa es la parte libanesa que está sufriendo los impactos de la guerra de Siria. Durante la primavera y el verano de 2014 hubo bombardeos regulares en la zona. Las ciudades de Hermel, Tfail y Aarsal (y sus alrededores) han seguido recibiendo impactos de cohetes y morteros disparados desde Siria, lo que ha provocado varias muertes y heridas de diversa gravedad, así como una sensación de inseguridad general. A principios de agosto las luchas en Aarsal y sus alrededores han provocado el desplazamiento de residentes y refugiados dentro de la misma ciudad de Aarsal y hacia otras partes de la Beqaa, incluso a la vertiente oeste de la cordillera del Líbano, en la franja costera. Estas luchas han causado graves daños a los campamentos, las viviendas, las tiendas, los almacenes y otras instalaciones, así como muertes de civiles. Las ONGs no pueden acceder al área y las necesidades causadas por los combates aún no se han evaluado.



Una de las tareas del ejército libanés es intentar contener a las mafias locales de varios tipos de tráfico, como el narco, el de personas, el de armas, el de coches de lujo y otros más. La actividad del ejército está sometida a decisiones políticas, que a veces no coinciden en sus objetivos. Asi que unos por otros, la casa sin barrer...

Ambos colectivos de refugiados (sirios natales y palestinos) están abandonados a su suerte. Debido a la ausencia de regulación de la vida civil y de servicios públicos, muchos han aprovechado para montar negocios, algunos limpios y otros terriblemente sucios, como prostitución infantil, de la que se convierten ellos mismos en clientes y a la que proporcionan niños. Es barato, muy barato conseguir peques para este menester. También han aprovechado para dedicarse al alcohol y diversiones varias, que en Siria tenían prohibidas. Digamos que, en general, les sobran las mezquitas y las iglesias.

El gobierno libanés, excepto el Partido de Dios y otros de ámbito shía, no reconoce al régimen sirio, por la invasión desde el año 1976. De modo que el gobierno sirio tampoco acepta el retorno de los refugiados hasta que el Líbano le reconozca. Y como Siria tampoco quiere que regresen, porque les considera enemigos traidores, su situación cada vez es más lamentable, en un pozo negro sin salida posible.

Un campamento cualquiera de la zona

FUENTES: Lebanese Population - Central Administration of Statistics (CAS) year 2002 dataset, Syrian Refugee Population - UNHCR, Humanitarian Intervention Data - Activity Info, Palestinian Refugee Population- UNRWA.

jueves, 19 de octubre de 2017

Amira, la princesa con mirada de acero

Amira en árabe significa princesa أميرة

También es el nombre de una niña que no sabe su edad exacta ni celebra su cumpleaños. Amira está muy flaca, casi ya enfermiza y tiene los ojos glaucos. Es de las poquísimas niñas que lleva el pelo corto (llama la atención, porque es un corte de pelo muy estiloso y asimétrico) de color castaño claro, con brillos pelirrojos. Nunca ha ido a la escuela y se aburre si pasa más de veinte minutos pintando o haciendo palotes.

Suele vestir las ropillas ajadas que llevan casi todos mis peques. Son ropas que se reparten en servicios de caridad o que adquieren en mercadillos ex profeso, en los que los precios son irrisorios, pero que crean un espejismo de consumo que reconforta a las familias (qué cosas, ¿eh?)

No habla mucho, pero cuando lo hace sorprende lo grave que es su voz, casi demasiado para una cría que tendrá entre 7 y 8 años como mucho. Pero lo que más impresiona de ella es la dureza de su mirada, aunque sea para observar como los demás están jugando en el patio, cosa que ella tampoco suele hacer. Se queda ahí sentada y a veces comenta las cosas que hacen mal los demás, sobre todo si ve que se pelean o se quitan los jugetes entre ellos. A veces hay que sujetarla porque se lanza como una fiera a impartir justicia, su justicia, que consiste en pegar un puñetazo a quién ella considera culpable, sin mediar palabra, con una mirada fría, de acero, que busca el impacto más doloroso en su objetivo.

Amira ha visto morir en el mismo ataque (no sabe de quién) a uno de sus hermanos y a su padre, hace muy poco tiempo. Llevan aquí menos de un mes y ha cruzado la frontera con su madre andando desde Siria, en un trekking siniestro atravesando las dos cordilleras (imponentes, no son montañitas de papel) que separan estos dos países, como ponen de relieve las heridas en sus pies, que tenemos que curar siempre que viene por el colegio. Porque no lleva botas GoreTex ni Timberland, precisamente. No, su calzado son las típicas chancletas de goma con las suelas desgastadas, tanto, que tienen los bordes comidos y no le cubren la superficie de la planta del pie, asi que no se le curan sus heridas tan facilmente, a lo que hay que sumar la eterna suciedad de los suelos beirutís, que tampoco ayuda.

Su madre es muy joven, lo parece y lo es, ya que la mayor parte de las mujeres refugiadas sirias aparentan mucha más edad de la que tienen, porque las vidas perras que llevan envejece mucho antes de tiempo: sin cuidados, con mala alimentación, sin programas de planificación familiar, en cuartuchos oscuros sin ventilación ni luz natural. Amira y su madre discuten siempre antes de marcharse del colegio: Amira quiere quedarse un rato más, su madre tira de su brazo para que la siga.

Pensando en cómo es la vida de Amira, no me extraña que su mirada congele al miedo.



Uno de los rascacielos más nuevos y altos de Beirut, en el barrio de Achrafiye (sector Monot) uno de los mayores nidos de desigualdad de esta ciudad.
Foto de @rabzthecopter

martes, 17 de octubre de 2017

Ashia, una niña traviesa

Se llama Ashia y tiene siete años.

Está muy flaca y le faltan algunos dientes. Tiene los ojos muy oscuros y almendrados, el pelo casi negro, liso, abundante y largo, siempre alborotado. Es traviesa, pero a la vez le encanta ocuparse de los más pequeños. Una sonrisa entre pícara y dulce, sobre todo cuando le alabas los dibujos que colorea no demasiado cuidadosamente.

Se siente muy mal si algún otro pequeño le quita los juguetillos que tienen para entretenerse, pero nunca lo quita ella a su vez, lo cual no es muy corriente, sino que se va a un rincón a sufrir hasta que decide que ya está bien. No para quieta, la verdad. Si hay algún sitio dónde trepar o subirse, ahí está ella, no podemos quitarle ojo. De hecho, hace un par de años se cayó de la ventana de su casa, un segundo piso y se rompió unos cuántos huesos. Pero no parece tener miedo a seguir subiéndose a todos los sitios que puede, si son altos, mejor.

Ayer vino muy silenciosa y estuvo extrañamente quieta. Con los ojillos tristones, no habló apenas nada.

La otra seño que está conmigo se fijó en su mano: tenía unas heridas muy simétricas y con una forma claramente definida. Intentó cogerle la mano para verlas y Ashia rápidamente la escondió, llorando. ¡Qué raro! Normalemente nos muestran todas sus heridas y pupas para que les curemos o les pongamos tiritas de colores, que les gustan muchísimo y las exhiben como si de joyas se tratara.

Con mucha suavidad, intentamos tirarle de la lengua, a ver qué nos contaba.  No nos costó mucho, al poco estaba ya hablando locuazmente:

Su madre la había pillado jugando con la colita de su hermano pequeño al hacer pis. Así que sumergió una cuchara en aceite hirviendo y la quemó en el dorso de la mano como castigo por tan indecente juego.

Inmediatamente me acordé de mi tita Encarna, cuando me amenazaba con sentarme en las ascuas del brasero si me hacía pis en la cama. O de todos los menores que sufren brutales agresiones en la primermundista Ejjpaña... 

jueves, 12 de octubre de 2017

Gentes muy enteradas

Desde mi llegada al Líbano he tenido la oportunidad de relacionarme con personas de distintas organizaciones nacionales, internacionales y supranacionales que vienen de visita a conocer la situación local y tomar decisiones que afectan a mucha, mucha gente. Aún hoy, me sigue soprendiendo su casi absoluta incapacidad para enterarse de lo que pasa de verdad en las calles de este país.

Naturalmente esto se debe a que cuando vienen a hacer sus análisis y estudios sesudos, pisan muy poquito fuera de los espacios más occidentalizados en los que se sienten seguras y como en casa, hecho les suele llevar a concluir -erróneamente- lo bueno que es este país para vivir...

Ahora bien, si asoma la patita alguna de las realidades que no les gusta ver, la expresión es que en estos países... + lo que sea (generalmente malo), no se les cae de los labios, acompañada de un tonito de reproche, mezcla de condescendiente y presuntuoso. Yo suelo preguntarles que a qué países se refieren con el sintagma nominal demostrativo estos países y nunca consigo una relación geográfica precisa. Todo lo más una vaguedad del tipo pues los países musulmanes o los del Tercer Mundo. Aclaración que suelen hacer con cara entre de sorpresa y despectiva, como si pensaran que yo soy tonta por no saber a qué entidades políticas se están refiriendo con tanta lucidez.

De modo que ahora me explico muchos de los líos que han formado esas organizaciones en los lugares donde actúan. Además de los intereses nacionales, de los mandatos ocultos y esas cosillas que suelen acontecer, es evidente que muchas de esas personas que vienen a investigar lo que pasa aquí, lo hacen con unas gruesas gafas coloniales, apriorísticas y, desde luego, de muy corto alcance, que les impide enterarse de lo que pasa de verdad.

Salvo contadas excepciones, no acuden al lugar núcleo de los problemas, sino que se sirven de materiales bibliográficos, fuentes secundarias e incluso terciarias que, por cierto, suelen llevar las mismas o parecidas gafas. No les falta arrogancia y suelen despreciar mis ofertas de acercarnos a esos lugares feos y con problemas. ¿Para qué? Ellos ya lo saben muy bien, sin necesidad de abandonar sus zonas de confort.

Suelen llegar cargados de ideas preconcebidas y estereotipos, que proyectan sobre sus apreciaciones y que se refuerzan al no saber/querer desprenderse de sus apriorismos terriblemente afianzados. Incluso pretenden reproducir aquí el modo de vida de sus lugares de procedencia, sin tener en cuenta circunstancias como la escasez de agua, los problemas con la electricidad o la pésima internet. Se engorilan y despotrican con fiereza contra la barbarie local, como si la gente de aquí disfrutara viviendo con estos problemas. Muchas veces no se dan cuenta de que esos comportamientos o situaciones que critican las seguimos viviendo en Ejjpaña o no hace tanto que nos hemos desprendido de ellas. Sus reacciones son tan exageradas, que hay que recordarles que nadie nace sabiendo según que cosas y que muchas veces, el problema de la gente en el Líbano no es la incultura o la brutalidad, sino la falta de recursos económicos que impiden, por ejemplo, comprarse un casco para circular en moto o llevar a los niños a una escuela de natación.

Así que sus conclusiones e informes reflejan ese modelo de pensamiento, sin tener en cuenta la otra realidad, la que ciertamente sucede tras las bonitas calles del Downtown y las luces de La Corniche, pero que puede apreciarse facilmente con un mínimo esfuerzo. Incluso a veces la tienen delante de sus narices y son incapaces de verla, porque levantan la cabeza en un gesto de desprecio para que a los citados apéndices no les llegue el olor de la pobreza.

Y así nos va...