jueves, 19 de octubre de 2017

Amira, la princesa con mirada de acero

Amira en árabe significa princesa أميرة

También es el nombre de una niña que no sabe su edad exacta ni celebra su cumpleaños. Amira está muy flaca, casi ya enfermiza y tiene los ojos glaucos. Es de las poquísimas niñas que lleva el pelo corto (llama la atención, porque es un corte de pelo muy estiloso y asimétrico) de color castaño claro, con brillos pelirrojos. Nunca ha ido a la escuela y se aburre si pasa más de veinte minutos pintando o haciendo palotes.

Suele vestir las ropillas ajadas que llevan casi todos mis peques. Son ropas que se reparten en servicios de caridad o que adquieren en mercadillos ex profeso, en los que los precios son irrisorios, pero que crean un espejismo de consumo que reconforta a las familias (qué cosas, ¿eh?)

No habla mucho, pero cuando lo hace sorprende lo grave que es su voz, casi demasiado para una cría que tendrá entre 7 y 8 años como mucho. Pero lo que más impresiona de ella es la dureza de su mirada, aunque sea para observar como los demás están jugando en el patio, cosa que ella tampoco suele hacer. Se queda ahí sentada y a veces comenta las cosas que hacen mal los demás, sobre todo si ve que se pelean o se quitan los jugetes entre ellos. A veces hay que sujetarla porque se lanza como una fiera a impartir justicia, su justicia, que consiste en pegar un puñetazo a quién ella considera culpable, sin mediar palabra, con una mirada fría, de acero, que busca el impacto más doloroso en su objetivo.

Amira ha visto morir en el mismo ataque (no sabe de quién) a uno de sus hermanos y a su padre, hace muy poco tiempo. Llevan aquí menos de un mes y ha cruzado la frontera con su madre andando desde Siria, en un trekking siniestro atravesando las dos cordilleras (imponentes, no son montañitas de papel) que separan estos dos países, como ponen de relieve las heridas en sus pies, que tenemos que curar siempre que viene por el colegio. Porque no lleva botas GoreTex ni Timberland, precisamente. No, su calzado son las típicas chancletas de goma con las suelas desgastadas, tanto, que tienen los bordes comidos y no le cubren la superficie de la planta del pie, asi que no se le curan sus heridas tan facilmente, a lo que hay que sumar la eterna suciedad de los suelos beirutís, que tampoco ayuda.

Su madre es muy joven, lo parece y lo es, ya que la mayor parte de las mujeres refugiadas sirias aparentan mucha más edad de la que tienen, porque las vidas perras que llevan envejece mucho antes de tiempo: sin cuidados, con mala alimentación, sin programas de planificación familiar, en cuartuchos oscuros sin ventilación ni luz natural. Amira y su madre discuten siempre antes de marcharse del colegio: Amira quiere quedarse un rato más, su madre tira de su brazo para que la siga.

Pensando en cómo es la vida de Amira, no me extraña que su mirada congele al miedo.



Uno de los rascacielos más nuevos y altos de Beirut, en el barrio de Achrafiye (sector Monot) uno de los mayores nidos de desigualdad de esta ciudad.
Foto de @rabzthecopter

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