jueves, 31 de diciembre de 2009

Hom y zaqqum

Terminamos año y década, empezamos el resto de nuestras vidas con una espada de Damocles sobre nuestras cabezas de la peor especie que podamos imaginar: el clima nos devuelve lo que le estamos dando.

Esta mañana escuché por la radio al naturalista Joaquín Araújo diciendo algo espeluznante: han muerto 7.000.000 de encinas en la península ibérica por causa de un hongo, la seca, que crece por causa de inviernos cálidos y húmedos. Mata sin piedad a las encinas, con lo que eso implica de desquilibrio medioambiental en todos los sentidos.

Por otro lado, he estado buscando documentación sobre la imagen que a veces utilizo como avatar, el hom o árbol de la vida, motivo decorativo que surge en la Siria Omeya (siglo VII) y se expande por todo el imperio Islámico, especialmente en los palacios de Madinat al Zahra y de Madinat al Hamra.

El Corán, 14, 24-27 pone al hom como ejemplo del arbol bueno, de raices firmes y que da sus frutos en cada estación, por este motivo se utiliza como símbolo de un elemento benéfico. Me pregunto si a causa del cambio climático hasta los libros sagrados deberían reescribirse, porque me temo que, según el camino que llevamos, terminaremos todos rodeados de zaqqum o árboles secos, como esas encinas muertas...


Encina afectada por la seca

5 comentarios:

  1. Oh, raks, tu preocupación te ennoblece, y, además ya conoces las dehesas y has estado en la mayor reserva de dehesas del planeta: en Los Pedroches, en el NE de Córdoba.

    Las dehesas se pueden definir como un espacio seminatural resultante de la acción del hombre sobre el monte mediterráneo, que elimina el matorral y favorece los estratos arbóreo y herbáceo, para un aprovechamiento es extensivo agro-silvo-pastoril. Se conforma así un paisaje tipo “parque” o “sabana”, de una gran pradera con árboles dispersos (sobre todo encinas, aunque también alcornoques o quejigos) que tienen una densidad óptima de unos 50 pies por hectárea.

    Hay que recalcar que la dehesa es muy poco “ecológica”, en absoluto es fruto del medio ambiente per se y sólo por sí mismo, sino que la acción humana es imprescindible para lograr ese paisaje. Y es también extraña, en tanto es de los escasísimos ejemplos en los que el hombre interviene sobre el medio sin esquilmarlo ni arrasarlo. Puede decirse que la dehesa es un bosque humanizado, donde el hombre también se hizo parte del bosque, viviendo en él y de él; pero cuando el hombre se va, la dehesa muere, y con ella toda su cultura asociada.

    El problema en concreto al que te refieres se ha denominado seca o decaimiento del encinar. En un monográfico sobre el tema publicado por dos profesores de Agrónomos de Córdoba lo definen como “el conjunto de daños sobre la vegetación forestal caracterizados por un síndrome con una sintomatología común, que desemboca en la pérdida de vigor y frecuentemente en la muerte del arbolado”. Estos síntomas generales son un decaimiento progresivo con pérdida parcial de hojas del árbol, pérdida de vigor, marchitez, clorosis (amarilleo) en las hojas, chancros en ramas y tronco y, lo que es más grave, la muerte súbita de los pies tras un rápido proceso de sequedad en las hojas.

    El problema se hizo ostensible durante el periodo de sequía generalizado de 1980-1995, comenzando el estudio del problema. Los técnicos hablan de unos factores predisponentes y de factores detonantes.

    Los factores predisponentes son los que conducen a una pérdida de vigor del arbolado que lo hace sensible a la acción de agentes perturbadores. Estos factores pueden ser prácticas culturales inadecuadas (una tala excesiva en los años de la posguerra para abastecerse de combustible); desbroces y labores del suelo excesivas; densidad de arbolado cada vez más menguante por simple cuestión de senectud; aprovechamiento excesivo que conlleva una ausencia de regeneración y una carga ganadera excesiva.

    Como resultado del estado en que se encuentran muchas dehesas por estos factores antedichos (envejecimiento, falta de regeneración, acumulación de biomasa…), se crea una pérdida de vigor, tanto en los individuos como en la masa en conjunto, pero ello no es condición suficiente para desatar las intensas mortandades a las que hace referencia Joaquín Araujo. Son necesarios otros factores de alta intensidad, que califican de detonantes. La sequía prolongada del periodo estudiado de 1980-1995 pudo ser una de estas causas, pero el problema de la seca se dio también con gran intensidad en zonas con gran acumulación de agua. Hoy en día se apunta como uno de los principales factores detonantes a la infección por Phytophthora cinnamomi.

    Pero como esto va ya demasiado largo, acabo acabo.

    Yagia Sibulquez

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  2. Gracias, Yagia, por tu explicación. No puedo menos que anotar la cita bibliográfica que tu mismo me proporcionaste al respecto:

    http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2258205

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  3. Y tras un interludio de documentaçao, concluimos con el bicho.

    Los Phytophthora son un género de protistas de inequívoco nombre, (el nombre proviene del griego phytón, "planta" y phthorá, "destrucción"; "destructor de plantas"), patógenos de las plantas dicotiledóneas. (La mayoría de autores los consideran hongos, aunque otros clasifican a los protistas como reino propio.) Algunos protistas han protagonizado amargas páginas de la historia humana, pues uno de ellos, el P. infestans fue el causante del tizón del patata que provocó la Hambruna de Irlanda de mediados del XIX.

    El Phytophthora cinnamomi ha causado estragos sobre todo en las dehesas de Huelva y Cádiz, ahí es donde se ha provocado la muerte de millones de árboles, pero en Los Pedroches cordobeses, donde la densidad de encinar es mucho más alta, apenas si se tiene conocimiento de su incidencia. Según me ha comentado un técnico de una cooperativa del gremio de ganadería extensiva, esta diferencia se puede deber a varias causas:

    Los daños se han producido en reintroducciones de encinas y alcornoques que, muy probablemente, ya estaban infectados desde el vivero; mientras que el encinar de Los Pedroches es “natural”, de matas nacidas naturalmente que se ha dejado crecer y guiar hasta convertirse en encinas. La cepa de P. cinnamomi de Huelva se reproduce por vía sexual y es mucho más dañina, mientras que la de Los Pedroches sólo lo hace por esporas y no es tan agresiva. El laboreo y arado continuo del suelo, muy frecuente en Huelva, favorece la propagación del parásito, mientras que en Los Pedroches el arado sólo se hace muy de tarde en tarde. Los suelos de Huelva son muy pobres en nutrientes y muy ácidos, lo que favorece la propagación; en Los Pedroches la tierra es algo más rica (aunque tampoco demasiado) y la materia orgánica de la ganadería extensiva de vacuno y ovino disminuye la capacidad de propagación del patógeno; otra práctica que se está haciendo en Los Pedroches, disminuir la acidez del suelo con fosfato de cal (a la par que se abona y se favorece el estrato herbáceo, lo que disminuye la aridificación del terreno), contribuye a que el P. cinnamomi no se pueda propagar con facilidad.

    Espero haber podido aclarar algo, pero raks, nú sé, si la mayoría de bajas se han producido en replantaciones, me parece bastante artificial o artificioso, de querer “inventarse” una dehesa en lugar de “jugar” con el medio como hicieron mis antepasados hacedores de dehesas. En mi tierra, bastaría con disminuir la carga ganadera a una vaca por cada tres hectáreas para que las dehesas se regenerasen por sí mismas, y sin tardar mucho. Plantando alcornoques como si fueran coles o nabos, infectados desde la bellota, y arando para que se extienda el “bicho” no creo que sea adehesar, sino jugar a ser dioses. Y no lo digo, sólo, porque sea muy chorras, sino porque yo, soy dehesa. De Fash al-Ballut, mayormente.

    Yagia Sibúlquez al-Jaroti dixit.

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  4. O sea, que en el propio intento de conservación está implícita la destrucción.

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  5. De los errores se puede aprender.

    Consistiría en replantar con ejemplares que se comprobaran sanos; basificar la tierra, elevar su nivel de pH, donde se hagan plantaciones de Quercus; replantar con bellotas de ejemplares que se hayan mostrado resistentes al bicho; proteger los plantones de los dientes rumiantes e introducir algo de ganado en la plantación, pues la materia orgánica disminuye la capacidad de propagación del patógeno; arar muy poco, especialmente en el ruedo del árbol donde tiene las raíces más superficiales.

    Saludos.

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Gracias por el apunte.