sábado, 5 de mayo de 2018

زمزريق أثيبي Cercis siliquastrum

Desde el primer año que pasamos aquí me fijado en la floración, por estas fechas, de unos árboles de hoja caduca muy curiosos, directamente sobre sus ramas casi negras, sin un ápice de verde. Las flores son de un llamativo color entre lila y malva y forman un espectáculo precioso, sobre todo si hay varios juntos, como puede verse en esta foto que he tomado cerca de casa (véase también la ausencia de aceras en las calles, por las que hay que caminar sorteando coches aparcados, cubos de basura o farolas, postes de la luz y artísticos setos con bordillos protectores)


Desde el primer momento me llamaron mucho la atención, pero entre unas cosas y otras no me he puesto a buscar nada sobre ellos, hasta hoy mismo.

Casi me caigo al ver que son Cercis siliquastrum o algarrobos locos. También hay quien les llama ciclamores y árboles de Judá. Incluso tienen el cursilísimo nombre de árboles del amor, por la forma de corazón que tienen las hojas que echan depués de florecer, pero me parece espantoso esto.

Aquí les llaman zamzariq  زمزريق

Las flores se usan como alimento, ya que tienen un alto contenido en vitamina C (debido al ácido ascórbico, que les da un cierto sabor amargo. pero no desagradable), muy necesaria en el momento final del invierno, sin apenas frutas o verduras frescas que llevarse a la boca. Simplemente se echan en las ensaladas, aunque también se hacen encurtidos con los capullos y las algarrobas que salen luego se pueden consumir cocinadas, pero esto último no es muy frecuente.

El motivo de mi sorpresa es el recuerdo de mi abuela Concha indicando con su dedo, mientras íbamos en el coche camino de Alicante y diciéndonos entusiasmada: mirad, un Cercisilicuatrum, lo que a mi sonaba a un galimatías espantoso, señalando árboles que yo nunca atinaba a identificar. Tampoco entendía el nombre del árbol, con lo fáciles que resultaban otros como los olivos, las acacias, las encinas o los plátanos de sombra, con los que yo no tenía ningún problema en localizar.

Sin embargo, me molestaban mucho las risas que a veces soltaban otros parientes menos avezados en la Botánica que ella, cuando la veían tan emocionada mirando por las ventanillas en busca del citado árbol. Esos parientes eran tan lerdos para reconocerlos como yo misma, pero se cuidaban mucho de decirlo, claro. ¿Cómo lo sé? Pues porque cada vez que les pedía que me mostraran uno sistemáticamente me mandaban a ocuparme de cosas más interesantes o a paseo, sin más. Nunca fueron capaces de señalarlos.

Cuando mi abuela falleció, dejé de oir ese nombre y me olvidé de los algarrobos locos, hasta que me los he vuelto a encontrar en esta tierra tan hermosa como maltratada por todos.

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