martes, 9 de abril de 2013

José Luis Sampedro

Unas muertes son cacareadas hasta la náusea y otras silenciosas y muy, muy sentidas. Entre estas últimas está la del profesor e ingente ser humano José Luis Sampedro.

Contaré una anécdota que viví gracias a su generosidad:

Hace algunos años era frecuente verle por la zona de la Escuela Oficial de Idiomas de Islas Filipinas, en Madrid, que era dónde vivía entonces. Un día me le encontré por la calle de Cea Bermúdez y le abordé, porque justo había terminado de leer su libro La vieja sirena y me había impactado tanto que verle ahí al lado y decidir abordarle descaradamente, en lo que casi fue un impulso primigenio más que un acto reflexivo.

Profesor Sampedro, ¿tiene un minuto, por favor...?

Para mi sorpresa, no sólo aceptó hablar conmigo, sino que además me invitó a un café (en lo que era el bar de la pastelería Habana, muy chuli, con maderas y aspecto de casa tirolesa o algo así) y me dedicó casi una hora de su tiempo. Lo primero que hizo fue preguntarme si yo había sido alumna suya, porque no era frecuente que se dirigieran a él llamándole profesor, me dijo.

Una vez aclarado eso, hablamos de todo, pero especialmente del libro citado y de cómo se había documentado para escribirlo: él se había pasado horas en la Biblioteca del Museo Arqueológico Nacional leyendo sobre el s. III, que es el momento en que está ambientada la novela. Como se ve en el enlace, esa biblioteca es un lugar muy especial en el que da gusto consultar lo que sea. La conocía bien y recordaba los nombres de las personas que allí trabajaban.

También hablamos cuando había vivido en Santander y cómo había visitado la Cueva del Castillo (Puente Viesgo) antes de estar acondicionada para turistas, de cómo había que entrar casi gateando, de cómo le habían dejado un farol de carburo para gestionarse él mismo la visita y de cómo le habían impactado las pinturas. De todo eso guardaba un gran recuerdo y se interesó por saber detalles de la excavación del yacimento, en la que yo todavía participaba entonces.

Pero lo que me hizo quedarme boquiabierta de veras fue cuando, tras explicarle yo mis rollos arqueológicos, muy serio él, me pidió mi opinión -como historiadora, nada menos O_0 O_0 O_0 O_0 O_0- de la ambientación de su novela: si me había parecido bien planteada, si los lugares que citaba estaban bien descritos, si había cometido algún error con las fechas o con las mil y una cosas que cuenta en ella...

Me oí a mi misma balbuceando como excusa un torpe "Profesor, estoy segura de que todo eso está perfecto, además yo sólo sé de paleolíticos y poco más..." Se rió mucho y me agradeció personalmente que yo hubiese leido el libro, que conociera algo de su obra y que además se lo dijera, porque eso le animaba a seguir escribiendo.

Así era él de grande, hasta para las cosas más pequeñas.

Que la tierra le sea leve, querido profesor Sampedro.

lunes, 8 de abril de 2013

Darbukas y Prehistoria

Hay veces que ser multidisciplinar tiene sus ventajas...

Por ejemplo, tener formación en Prehistoria y que te guste la música y la danza oriental y además, tener amigos en el feisbuk que te den buenas ideas...

Este ha debido ser el caso de François Moser, seriecísimo arqueólogo francés, conservador del Museo de Labenche y arqueomusicólogo experimental. El buen hombre reparó que en determinados yacimientos calcolíticos (Edad del Cobre, hace unos 5.000 añejos de ná...) del este de Alemania, Polonia, Dinamarca, Suecia y la República Checa aparecían unos extraños vasos de cerámica sin culo (ojo, esto es terminología científica), con asas en todo el perímetro próximo al borde y de una extraña forma troncocónica. Algunas con decoraciones geométricas, otras lisas o con mamelones.

Además aparecían tanto en contextos funerarios como en espacios domésticos, es decir de hábitat. Muy chocante, sí...

Hasta que se le ocurrió relacionar esas piezas con las darbukas.

Et voilà!

1. Texto del estudio de las piezas arqueológicas y las darbukas:

CÉRAMIQUES SANS FOND ET TAMBOURS PRÉHISTORIQUES : RECONSTITUTIONS ET INTERPRETATION

2. Vídeo explicando el proceso de trabajo:



A mí me parece un buen trabajo, sinceramente.

martes, 2 de abril de 2013

Musée Édith Piaf, Paris


Marlene Dietrich la llamaba El alma de París y es que la vida de Édith Giovanna Gassion (1915-1963) está indisolublemente unida a esta ciudad y sobre todo a Belleville, un barrio obrero del este de la capital francesa en el que nació y donde dio sus primeros pasos como artista. Hija de una cantante alcohólica y de un acróbata callejero que la abandonó en el burdel que regentaba su abuela, la vida de Édith no pudo comenzar peor. Sin embargo, el destino y una voz fuera de lo común la convirtieron en leyenda mundial. Un día de octubre de 1935, el destino le aguardaba en la esquina de la rue Troyon y de la rue Mac-Mahon (distrito 17) para dar un giro en su vida. Louis Leplée, dueño del cabaret Gerny’s de la rue Pierre-Charron (distrito 8), la descubre y, gracias a él, sale de la calle para subir a los escenarios. La bautiza con el nombre de la Môme Piaf (en argot, piaf significa pajarito).

La leyenda de Édith dio comienzo el mismo día de su nacimiento. En el número 72, de la rue de Belleville (distrito 20) una placa recuerda que en los peldaños de esta casa nació el 19 de diciembre de 1915 en la más absoluta pobreza Édith Piaf, cuya voz cambiaría después el mundo. Piaf nació en el hospital Tenon, en la rue de la Chine (distrito 20). A unos metros de ahí, en la plaza que lleva su nombre, se alza desde 2003 una estatua de la cantante. Antes de convertirse en pájaro, Piaf fue un gorrión, una niña de Belleville que tarareaba junto con su padre cuando terminaba el número de la contorsionista.

SITUACIÓN DEL MUSEO:


El 11 de octubre de 1963, Édith muere en el sur de Francia. Théo Sarapo, su último marido, lleva en secreto su cuerpo al domicilio de la pareja, en el número 67 del boulevard Lannes (distrito 16). Como si volviera a sus orígenes, su cuerpo descansa en el cementerio de Père-Lachaise (distrito 20), al lado del Ménilmontant y de las calles de Belleville.

Su museo es uno de esos tesoros escondidos de París, alejado de las multitudes ansiosas de visitar el Louvre y la Torre Eiffel. En pleno centro de Belleville (5 Rue Crespin du Gast 75011 Paris), es en realidad el diminuto apartamento donde la Môme (la niña en francés) vivió en 1933. Su propietario, Bernard Marchois, que conoció a Édith Piaf siendo aun adolescente, reúne con paciencia y esmero objetos personales de la artista.

Los compases de Je ne regrette rien, una de las canciones más célebres de la cantante, sorprenden a la entrada del apartamento e inmediatamente un pedazo de la intimidad de Édith Piaf se desvela ante nosotros: sus míticos vestidos negros, los zapatos de la talla 34 que usaba para actuar, el oso de peluche que le regaló Théo Sarapo, unos guantes pertenecientes al gran amor de su vida, el boxeador Marcel Cerdan, pósters, cartas…

Aquí está:


(Mis abuelos, durante su tiempo de emigrantes en París -entre 1926 y 29-, vivieron ahí cerca, en la Porte de la Villette y en el Boulevard de Clichy, que tampoco eran la Rue de la Paix, precisamente... Algún día lo contaré)

lunes, 1 de abril de 2013

La Venus de Lespugue y Werner Herzog

Estar en Madrid durante la Semana Santa a veces tiene consecuencias insospechadas. Resulta que paseando por el centro llego al Postigo de San Martín y me encuentro con una de las recurrentes ferias de artesanía que suelen poblar esta ciudad. Hay que decir que ésta es de las buenas (con artesanos de calidad) ya que hay algunas que son de baratijas (aunque seguro que a los que ponen los puestos les cobran una barbaridad y dudo mucho que vendan suficiente como para poder pagar sus espacios, pero lo mismo eso da para otra entrada).

Bueno, que me enrrollo... Pues eso, que iba yo a lo mio y casi sin mirar voy pasando por los puestecillos cuando me sorprende una conocida figurita en uno de ellos:


Efectivamente, se trata de la Venus de Lespugue, pero hecha en metal y con una terminación especial para que parezca patinada de malaquita, obra del artista Ernesto de Astarté Creativa

La Venus de Lespugue original fue descubierta en 1.922 por René y Suzanne de Saint-Perier en la cueva de Las Cortinas (en Lespugue, una localidad del distrito de Saint-Gaudens, en el Alto Garona, Francia y se puede ver en el Musée de l'Homme de París). Esta figurita, tallada marfil de mamut, fue datada en el periodo Gravetiense del Paleolítico Superior Inicial, es decir se le atribuyeron unos 24.000 años de antigüedad, gracias a unas piezas de industria lítica muy características que la acompañaban: los buriles de Noailles. Hay que decir que está un poco dañada del piquetazo que la dieron al encontrarla...


No es muy frecuente que los artesanos actuales se inspiren en piezas paleolíticas (normalmente lo hacen etapas más recientes: medieval, antigua, culturas primitivas actuales...), de modo que me paré y me puse a hablar con Ernesto, que estará en la feria hasta el 9 de abril.

No pude evitarlo: la pillé (previo pago, claro) y nos dedicamos un poquito al parlez vous...

Ernesto, además de ser un creativo del 7 y la mar de majo, me descubrió otra obra de arte, en este caso muy actual: el documental La cueva de los sueños olvidados, cuyo enlace dejo aquí para poder verla tranquilamente y luego juzgar.