sábado, 12 de enero de 2019

Una de machismo

Hecho sucedido en Madrid, no hace mucho tiempo, durante estas vacaciones navideñas.

Restaurante del barrio de Chueca, mediodía de sábado. Mucha gente, pero no lleno a rebosar.

Entramos mis hijas (24 y 18 años) y yo (55 años) a pedir mesa, sin haber reservado ni hablado con nadie del local previamente. 

Empleado del restaurante (unos 30 años) que nos mira en modo evaluación y nos dice que para un trío tan estupendo siempre tienen mesa, llevándonos a una de las pocas que quedaban libres.

Nos trae la carta y medio se echa sobre la mesa para explicarnos el menú y hacernos sugerencias sobre lo que pedir. No es sólo una descripción de los platos y sus características, también incluye un montón de adjetivos para referirse a nosotras, exageradamente familiares y melosos, casi de abuela. Conviene indicar que era la primera vez que le veíamos.

En un momento determinado de la explicación, el empleado me mira directamente y empieza a hacer referencias explícitas sobre mi aspecto físico, citando partes de mi cuerpo que le parecen muy atractivas. Le respondo que debe acudir urgentemente a una revisión oftalmológica.

El tipo no se da por enterado y sigue su discurso gastronómico con su almibarado lenguaje hacia nosotras.

Mi hija pequeña le corta el embeleso pidiendo la comanda con voz seca y poniendo cara de pocos amigos, actividad en la que es una auténtica experta. También expresa en voz alta lo poco apropiado la conducta del empleado y que se siente muy incómoda con esta actitud y situación.

Yo le digo que más que incómoda, me parece una situación delirante y bastante surrealista. Casi que me da curiosidad ver dónde es capaz de llegar el menda en cuestión. Por eso no les digo que nos marchemos inmediatamente.

Nos sirve la comida otro empleado, amable y correcto, sin cruzar ninguna línea.

En el momento de pedir la cuenta y pagar, vuelve el empleado número uno y retoma su discurso sobre mi físico y lo maravilloso que será vernos cuando volvamos al restaurante.

Muy amistosamente, le planta dos besos a mi hija mayor y, a continuación, se gira hacia la pequeña, momento en el que ella le hace una cobra en toda regla, dando dos pasos hacía atrás con sus botazas, que resuenan en todo el local.

El tipo se queda parado, mirándola con cara de sorpresa. Nos vamos las tres, dejándolo ahí plantado en su pasmo.

Preguntas del millón:
  • ¿a los hombres os han evaluado alguna vez así en los locales a los que vais? NO, claro que no.
  • si hubiese estado el padre de mis hijas con nosotras, ¿el empleado habría hecho las mismas referencias a mi físico? NO, claro que no.
  • si mis hijas hubiesen estado con un amigo/noviete/acompañante, ¿habría intentado besarlas? NO, claro que no.
Pues esto, ni más ni menos, es un enorme gesto de machismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por el apunte.