lunes, 25 de septiembre de 2017

Sabra y Chatila

Hace 35 años se produjo una matanza equiparable, en cuanto a número de muertos, a la de las Torres Gemelas, pero no se habla ya mucho de ella. No era gente glamurosa ni vestían a la última moda. No habitaban en barrios elegantes y sus vidas tampoco le importaban a casi nadie.

Esa matanza se produjo durante los días 15, 16 y 17 de septiembre de 1982, en Sabra y Chatila, dos campamentos de las Naciones Unidas donde malvivían refugiados palestinos a las afueras de Beirut, al suroeste de la ciudad. Estos dos campos -como resultado de la invasión israelí del Libano y de la posterior evacuación de las tropas de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) convenida entre las partes, con la intervención de los EEUU de Norteamérica- quedaron bajo control y jurisdicción del Ejército de Israel, el cual, moral y jurídicamente, era responsable y garante de la vida de sus moradores, de acuerdo con las Convenciones Internacionales respectivas.

De lo que sucedió puede hacerse una idea leyendo el libro de Teresa Aranguren Amézola, Palestina, el hilo de la memoria, publicado en la editorial Barataria en 2012 (originalmente en Caballo de Troya, 2004):

El despliegue del ejército israelí en los barrios occidentales de la ciudad empezó en la madrugada del miércoles 15 de septiembre, horas después del atentado contra Bachir Gemayel. A primeras horas de la tarde del jueves los tanques israelíes ya controlaban totalmente Beirut Oeste y tenían cercados los campamentos de Sabra y Chatila. El puesto de mando estaba en la azotea de un edificio de siete plantas, junto a la embajada de Kuwait, a 200 metros de la entrada a Chatila.

El general Drori se comunicó por teléfono con el Ministro de Defensa, Ariel Sharon: Nuestros amigos están entrando en los campamentos.

La respuesta de Sharon fue escueta: Felicitaciones.

La matanza comenzó en torno a las seis de la tarde.

LAS MATANZAS

Desde la casa de Umm Ahmed Farhat se veían los carros israelíes y el movimiento de hombres armados en las colinas. El día anterior, temiendo que los israelíes se los llevasen, habían decidido enviar a los dos hijos mayores, Ahmed y Muhamad, a la casa de unos parientes en el centro de la ciudad. En Chatila quedaron el matrimonio, las hijas y los hijos varones de menor edad. Laila la más pequeña aún no había cumplido el año, Sami tenía dos, Farid seis, Bassem trece, Suad y Salwa, las mayores, tenían 15 y 17 años. No había luz en todo Beirut Oeste pero las calles de los campamentos permanecían iluminadas por las bengalas que lanzaba el ejército israelí.
 
Habíamos acostado a los más pequeños en el sótano porque había habido bombardeos y los aviones no habían dejado de volar sobre el campamento. Los demás nos quedamos en la planta baja. Hacia las cinco de la mañana un grupo de hombres armados entró en la casa. Nos dijeron que teníamos que salir fuera. Estábamos en pijama. Yo llevaba a mi hijo Sami en brazos y Salwa cogio a Laila, la más pequeña.

Cuando estábamos fuera le preguntaron a mi marido de donde era. Él les dijo que éramos palestinos y que él trabajaba reparando teléfonos…Nos dijeron que nos pusiéramos en fila mirando a la pared y que no volviéramos la cabeza ni a la derecha ni a la izquierda. Entonces comenzaron a disparar. Escuché a mi hijo Sami decir Baba (papá) justo un momento antes de que su cabeza estallase en mis brazos. Yo recibí varios disparos en la espalda y perdí el conocimiento.

Cuando desperté, los hombres se habían ido, Salwa mi hija mayor estaba herida pero podía moverse, me ayudó a incorporarme. Suad tenía varios tiros en la espalda, sangraba mucho y no podía moverse, se ha quedado paralítica… mi marido estaba muerto y Layla y Sami y Farid y Bassem… todos muertos.


Dos días y dos noches duró la carnicería. Durante dos días y dos noches las gentes de Sabra y Chatila murieron a golpes de hacha o de machete o acribillados a tiros o reventados con granadas o sepultados bajo los escombros de las casas demolidas por las excavadoras, tres grandes excavadoras cedidas por el ejército israelí a los falangistas, con sus habitantes dentro. Durante dos días y dos noches los que intentaron huir de la matanza fueron obligados a volver atrás, por el ejército israelí.

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenó las matanzas con la resolución 521 del 19 de septiembre de 1982, seguida con una resolución de la Asamblea General del 16 de diciembre de 1982, calificando los hechos como acto de genocidio. Quien fue considerado personalmente responsable de este crimen, el entonces ministro de Defensa israelí Ariel Sharon, así como sus subordinados y las personas que llevaron a cabo las masacres jamás han sido perseguidas ni juzgadas por los asesinatos cometidos, en su mayoría de ancianos, mujeres y niños, que, según la procedencia de la información, varía entre los 1.500 y los 3.000 muertos. En su furia asesina los criminales no respetaron ni a los animales domésticos y con idéntica saña ametrallaron a caballos y a perros. Posteriormente derrumbaron muchas viviendas para sepultar a las víctimas entre los escombros.

También nos hablan de ello Jacques-Marie Bourget y Marc Simon, periodistas que estaban allí mismo durante la masacre

La barbarie humana va in crescendo en medio de estos cuerpos. Unos hombres han sido emasculados. Las huellas sobre sus cuerpos demuestran que los han arrastrado con los pies y las manos atados. Al llegar aquí estábamos preparados para descubrir cadáveres. El periodista es el contable de la muerte de los demás. Los carniceros han asesinado con cuchillos, violado. Aquí le han cortado los senos a una madre. Los adolescentes mueren a balazos. Un bebé ha sido aplastado a martillazos, a pedradas o a culatazos. Una pared con impactos demuestra que se ha fusilado a varios hombres. Los cuerpos se hinchan con el calor. Continúa lo increíble … Han destripado a una mujer embarazada, a un niño pequeño lo han cortado en dos y un jirón de carne todavía contiene la otra mitad del cuerpo. Una anciana ha muerto de pie, sujeta por su ropa en las púas de un alambre de espino, colgada como un Cristo sin cruz. Después aparecen dos montañas de cuerpos de niños. Se ha separado a las niñas de los niños. Les han abierto la cabeza a hachazos. Ha tenido lugar una limpieza étnica… Torturados, despedazados, destrozados.

El pasado día 17 de septiembre, entonces, visitamos el monumento que recuerda tales hechos. Había pasado ya el momento del homenaje (mi ley de Murphy es enterarme tarde de este tipo de cosas) pero aún estaban las coronas de flores depositadas en el mismo razonablemente frescas, junto a velas y cintas.



El monumento se encuentra cerca de la plaza de la embajada de Kuwait, más o menos por aquí (nadie se ha preocupado de mandar un coche google a la zona, me temo) pero no  está señalado ni nada parecido. Hay que estar muy atenta a la entrada, porque la calle principal siempre está llena de puestos de venta (ropa, pollos, frutas, gafas, dulces, chismes varios) y ocultan la entrada.



Justo al entrar, en un recinto amplio y vacío, hay dos tipos pidiendo limosna. Son dos libaneses, seguramente más jóvenes de lo que aparentan, que están vestidos con unas ajadas ropas de camuflaje y da la sensación de que viven ahí normalmente, a juzgar por el tenderete que tienen montado. Intenté hablar con ellos, pero no conseguí que me contaran mucho de sí mismos. 

El aire del lugar no es solemne, al contrario, tiene un aspecto algo descuidado (a pesar que se veía extrañamente limpio, seguro que para la ocasión), pero tal vez de esta manera se hace más dolorosa la visita, porque refleja a la perfección el olvido en el que viven estas personas, que ya no son sólo de Palestina, también hay muchísimas de Siria, libanesas y de los países habituales que proveen de trabajadoras domésticas a la sociedad beirutí.

A esa tristeza (y rabia también) contribuyen las imágenes de la masacre que están visibles en grandes carteles, junto a otras de otras masacres producidas en Líbano con el mismo origen.





Un lugar que no podemos olvidar, sobre todo porque nadie aún ha pasado por los tribunales después de 35 años. Muertes que valen y muertes que se desprecian.

Viva la lucha del pueblo de Palestina

Para saber más:

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