sábado, 16 de abril de 2016

Modelos de mujer

En este caso, he elegido dos citas del libro Modelos de mujer, de Almudena Grandes, publicado en la Colección Andanzas de Tusquets. Además de haber estudiado Prehistoria, como yo, siempre he encontrado en los textos de Almudena Grandes enormes similitudes con vivencias propias o ideas que me rondan la cabeza y que no soy capaz de expresar hasta que las leo escritas de su mano. Por ejemplo, estas citas.

Ésta primera hace referencia a las sensaciones de una niña mediterránea, como yo lo fui, la primera vez que se enfrenta a las aguas del Cantábrico y las opiniones de quien por lo general, ha pasado sus veranos en la Cornisa:

Un par de meses más tarde conocí a mi segundo novio, que se llamaba Borja y tenía un velero atracado en Mallorca y una intensa predilección por las terrazas de Pozuelo, en una de las cuales me tropecé con Charlie, que había dejado de estudiar para montar un gimnasio, y él me presentó a su primo Jacobo, cuyo padre, eterno aspirante a la presidencia del Real Madrid, me invitó un año a veranear en la inmensa mansión que poseía a orillas del Cantábrico, en una playa espléndida, blanca y desierta, donde no me atreví a bañarme ni una sola vez en todo un mes, porque la temperatura del agua amorataba los dedos de los pies, aunque eso no debía importarme, porque veranear en el Mediterráneo, por lo visto, también era una paletada, con la única excepción de las Baleares, que tenían un pase.

Esta otra cita describe muy bien las sensaciones cuándo alguien me pregunta sobre mi interés por el árabe y cuando tengo que desenvolverme en ambientes algo estirados...

Hizo un gesto para invitarme a pasar y ya en el recibidor tuve la sensación de que acababa de cambiar de revista, como si hubiera caído por accidente dentro de las páginas de cualquier suplemento de decoración, de esos que regalan un par de veces al año todas las publicaciones llamadas femeninas. El salón que me acogió estaba tan impecablemente maquillado, peinado, vestido, que casi daba pena sentarse.
—¿Por qué hablas ruso? —me espetó a bocajarro, y por primera vez
sospeché que quizá su radiante sonrisa no fuera más que el escudo de una perenne perplejidad.
—Porque estudié filología eslava. —Supuse que esta breve respuesta zanjaría la cuestión pero me equivoqué. Ella no solía tener bastante con una sola respuesta.
—¿Y por qué?
—Pues... porque me interesa mucho la literatura rusa del siglo XIX, y la Revolución del 17, y porque me atrae el este de Europa, y no sé...
Porque el ruso es una lengua importante y me apetecía conocerla.

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